la palabra que nunca encontró

lunes, 11 de febrero de 2008

Felipe llamó. No tenías muchas ganas de hablar por teléfono con él y con nadie. No tengo ganas de hacerlo, pero tengo qué. Reconocí en seguida su dejo español. Después de tantos años viviendo allá, es bastante comprensible. Un par de holas y las preguntas de rigor para comenzar la conversación. Esperaba que no durara tanto, que se quedara en la parte del como estás. Sin embargo, comenzó a preguntarme de la universidad: tema incómodo. Muy bien, perfecto, le dije y no mentía, si las notas son el criterio, claro. Quería contarle que me sentía perdida, que sentía que había tomado el camino seguro y que odiaba eso, que estaba rodeada de gente que no comprendía, que no tenía pasión. No lo dije, solo reí cordialmente. Me preguntó qué hacíamos nosotros los que estudiábamos eso. No supe responderle. Hasta ahora, según lo que veo sólo nos vestimos bonito, formalito o bohemito, pero siempre bonito, sonreímos mucho, hacemos contactos y conseguimos trabajos en la agencia del amigo de papá. Yo, por mi lado, no me visto bonito, no sonrío mucho, no hago contactos y no tengo trabajo, por eso opté por la respuesta más diplomática y menos real, la que te hacen memorizar el primer día de clases. No dijo nada; sabía que ni yo creía lo que salía de mi boca. Luego discutimos un poco sobre la ética en los medios. Me inventé una historia sobre un curso muy interesante del ciclo pasado en el que debatíamos sobre eso. Todos era verdad, menos lo de interesante. Yo tenía esas cosas bastante claras, por lo que esos temas nunca despertaron mi interés. Creo que el profe lo sabía porque nunca me decía nada cuando dormía en su cara. Escuchar a gente simple con preguntas simples para tratar de esclarecer sus dilemas simples nunca ha sido mi pasatiempo. Por lo que hablábamos en el break, creo que el del profe tampoco, solo que él no podía darse el lujo de dormir. No, ahora que lo recuerdo sí lo hacía. De cualquier manera, al preguntarme por qué demonios le interesaba ese tema a Felipe recordé de su juventud activista en la facultad de arte. Tal vez necesitaba alguien con quién recordar esas épocas. Lo imaginaba solo en su casa en Barcelona. Pintando mucho y no pudiendo vivir del arte. Me preguntó si sabía dibujar. Le respondí con las palabras más obscenas que salieron de mi boca en toda mi vida: "Es que el perfil del profesional de mi universidad es más gerencial", eufemismo para ocultar el hecho de que sé un poco de todo y mucho de nada, para ocultar que soy una buena para nada y que me estoy convirtiendo en una más. Pensé que el taller de grabado que llevé el año pasado y los dibujos que hago en mis cuadernos cuando me siento atrás y cuando me siento mal no serían suficientemente buenos para él, ni para nadie. Luego me dijo que quería que fuera a Barcelona. Pensé que sería perfecto, salvo por mi familia, mis perros, por los dos años que me faltan y por el hecho de que no estaba segura si esa sería la solución. Barcelona es la cuidad perfecta para mí, pensé, antes de darme cuenta de que en realidad tiene la misma falsedad de todas las grandes ciudades oculta en un manto artístico, que si acá soy una buena para nada, allá sería la nada misma. Me di cuenta que ni alejándome del lugar en donde estoy me encontraría en un lugar diferente. Sin embargo, tal vez ser la nada misma sería lo mejor. Viviría el momento y no dejaría que la vida me viva, como dice un proverbio peruano. Luego me di cuenta de que tal vez esa fue simplemente una invitación por cortesía y que todos los pensamientos atormentadores fueron en vano. Seguí caminado con el teléfono en la oreja y con una sonrisa tonta en mi rostro deseando que la conversación terminara pronto. Me paré frente a una mesa donde acumulo libros que ojeo de vez en cuando. Vi cinco libros de tapa gruesa que decían algo como Dibujo y anatomía o Ilustración artística y recordé que él me los había regalado hace muchos años. Llegó el momento en que los silencios incómodos delataban el acercamiento del final de la conversación. Nos despedimos y luego de otro silencio más me dijo que se me escuchaba... (Cómo, pensé). Que se me escuchaba, que tenía la voz... (Qué, pensé). Nada, no encontró la palabra, me dijo. "No encuentro la palabra, pero es algo bueno". Nunca supe a lo que se refirió y la verdad no estoy segura si era algo bueno, pero viniendo de la única persona que conozco que ha hecho con su vida lo que en verdad quiso, así se sintió.

3 comentarios:

Jorge dijo...

Creeme...

BArcelona no es como cualquier otra cuidad Española....

SAlvo los ecuatorianos y sus catalanes...

Y Gaudí...

Juan dijo...

"...que si acá soy una buena para nada, allá sería la nada misma"
Es que acaso podemos ser tan venidos a menos en lugares distintos, tal parece que si.o no?

Nefelibata dijo...

No lo sé. De cualquier forma, ser una buena para nada o ser la nada misma no me parece nada malo o menor. Son simplemente estados, como todos los demás estados.