niños bien que juegan mal

viernes, 1 de febrero de 2008

Mi hermano y mi mamá estaban emocionados por ser el primer partido de fútbol en un campeonato de verdad del gordo. A pesar de sentirnos como pollos a la brasa en el taxi afuera había sol y una brisa que aliviaba, buen presagio para comenzar el día. Yo, por mi lado, pensaba que un partido a las 9 de la mañana era un abuso contra las 3 horas de sueño que me faltaban. Entramos al club y nos encontramos con un par de compañeros peloteros del gordo junto con sus mamás. Por sus caras podías decir que estaban perdidos. Solíamos ser socios de ese lugar hasta que mi hermana dejó de jugar por entrar a la u y mi viejo también por sufrir los achaques de sus casi 50. Por mi lado, nunca fui muy sociable y sólo iba al club cuando me obligaban, y el único deporte que practico es Extreme sleeping así que ya no valía la pena seguir pagando por cosas que nadie disfrutaba. Llegamos y la gente de su cole estaba reunida y al lado las mamás sobreprotectoras. Unas cuentas con las cámaras digitales que se habían comprado en su último viaje a las tierras del tío Sam y otras persiguiendo a sus hijos con polos secos y bebidas hidratantes. Un señor gordo vestido en su mejor outfit deportivo era escuchado cuidadosamente por los mocosos de tercer grado entre los que estaba mi hermano. No era Spartacus, era el entrenador/ profesor de educación física. El partido era contra el Cristal. Piece of cake, pensé. Yo y el séquito de madres preocupadas / nanas aburridas nos sentamos en las tribunas para hacer barra, especilemente yo. Se hizo un silencio, las cabezas voltearon y en cámara lenta entraron. En uniformes celestes, pequeñas personas con miradas desafiantes que delataban que tenían mucha más calle de que yo voy a tener en mi vida ingresaron al campo. Casi podías imaginar que guardaban pequeños cuchillos a escala de sus poco dearrolladas manitos en las canilleras. Debo reconocer que tuve un poco de miedo por el gordo y por mí. Abrieron la boca y todo estuvo mas claro. Yo digo muchas lisuras, pero sorprende un poco que puedan salir tantas de alguien tan pequeño cual sombrero de mago, y vaya conejitos que salían. Óbservé a la tribuna de los competidores y completé el perfil: niños de barrio independiente cuya vida se desarrolla práticamente en la calle y cuya ilusión es sacar a su madre de la pobreza convirtiéndose en un gran futbolista. Miré al otro lado y vi a nuestro equipo. Tenían la mirada un poco perdida buscando a mamá en la tribuna y estaban cubiertos en bloqueador. Completé el perfil: niño de mamá, sobreprotegido cuya aspiración es tener entre sus manos un PS3 y eventualmente seguir con el negocio del papá. 10 goles y una hora después estaba todo el equipo del gordo en el KFC celebrando los 10 tiros que su arquero no había tapado y haciendo sonar los llaveros con la foto del equipo que habían comprado a un sobreprecio ridículo. Todo se confirmó.

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