dos: tú odias los blogs

domingo, 28 de junio de 2009

…acabo de regresar de pasear a mi perra (o ella acaba de regresar de pasearme a mí). Sí pues, mi vacilón de sábado por la noche es pasear con mi perra, y qué. El punto es que todas las noches el solitario paseo se ve amenizado por alguna pareja discutiendo o agarrando o algún furtivo adolescente fumando a escondidas de sus padres. Hoy, sin embargo, mi atención se la llevó un ya conocido olor a hierba siendo quemada, o mejor dicho fumada. Bueno, no seamos hipócritas, no me sorprendió nada, y es que los parques están inevitablemente ligados a ese tipo de olores. Será que la naturaleza llama naturaleza. Lo que sí me sorprendió fue las ganas que me dieron de volver a sentir ese olor en mis pulmones. Es el aburrimiento que me hace desear cosas innecesarias, y fue el aburrimiento el que me hizo comprarla, descifrar la forma de armarla y fumarla la primera vez. A diferencia de muchos que tendrían algún cargo de conciencia o presión social para probarla, yo solo tenía cinismo por montones y aburrimiento, pero mucho. Ese aburrimiento que se vuelve crónico y que te hace hacer cosas tontas solo porque sí. Ese mismo. El plan parecía bastante razonable, una vez alcanzado el buzz nos metemos a Sargento, digo yo. Armamos con un pincel, muy artistas nosotros, nuestro primer porro ever. Resulta que el talento para armarlos lo llevaba dentro: salieron dos perfectos. Tomamos un taxi y a Barranco se ha dicho. Nos fuimos a la iglesia, los prendimos, nos prendimos. De a tres fingimos expertés, y es que con tanto experto en los alrededores no podíamos quedar mal. Uno tú, uno él, uno yo. Sin golpear dijo P, a mi me llegó y golpeé como nunca lo había hecho con ningún cigarro. El olor era una mierda, pero se sentía tan bien fumar marihuana en frente a un vecino indignado... Nos tomamos tres botellas de agua y a pasarla bien, total el buzz ya fue (pensé).
Pasamos por el pasadizo, abrí la puerta vieja y nos metimos a una pela gringa, justo en la escena donde los tres protagonistas adolescentes entran a la discoteca llena humo, luces y gente de mal vivir. Todos me miraban como si en lugar de tener un polo que dijera "Clase media" tuviera uno que dijera "Media drogada". Nos localizamos estratégicamente entre la barra y el baño, ahí donde siempre y comenzamos con el head banging de calentamiento. Todo bien, todo lindo, todo repleto, todo ruidoso, todo asqueroso como nos encanta. Bueno pues, ahí recién se me vino todo. No recuerdo ni qué tipo de música pusieron esa noche pero mi primera frase bajo la influencia de la trilladísima droga juvenil fue, y aun la recuerdo: "Siento que toda mi vida estuve escuchando en MONO y ahora lo hago en STEREO". Me emocioné cuando escuché una de esos instrumentos de percusión que en los arreglos finales de una canción nunca se escuchan, salvo que tengas un oído experto. Me des emocioné cuando J me señaló que el vendedor de chelas detrás mío era el que producía el sonido con un destapador. Maldición, maldición, maldición... ataque de risa. ¿Es posible morirse de tanto reír? Esa noche me pareció muy posible. La estupidez superaba la vergüenza que, improbable, me seguía torturando hasta en los momentos de mayor excitación. Otra vez, no era indiferente a que la gente me miraba (según yo acusadora, aunque probablemente ni siquiera hayan notado mi presencia). La paranoia que me asaltó me obligaba a decir que no quería estar ahí "no quiero estar aquí", los dos se reían. Era inútil convencerlos tomando en cuenta que mi memoria a corto plazo casi despareció, que las cosas que había dicho 3 segundos antes las recordaba como si las hubiera pronunciado hace una semana y que era incapaz de sostener un conversación por más de 2 segundos. Luego de sentir, literalmente, que moría de sed y balbucearle con dificultad a J que me comprara una botella de lo que sea, decidí que la mejor forma de pasar rápido la noche sería no hablar y bailar. Lo de no hablar salió perfecto, pero lo de bailar se fue convirtiendo en algo como quedarse parada mirando el vacío sin la mínima posibilidad de concentrarse siquiera en el ritmo de la música. Necesitas chela, me dijeron, “lo que necesito es un papel y un lápiz para escribir todas las estupideces que estoy pensado y ponerlo en mi blog: soy la persona más creativa del mundo”, dije a gritos. P, burlón y condescendiente: “Uno: no, no eres la persona más creativa del mundo, solo estás sintiendo que lo eres y dos: tú odias los blogs”.

3 comentarios:

Juan dijo...

:D , ja ja ja los blog, y eso del MONO y STEREO que cierto aunque no puedo dar fe de eso, a lo mas que he llegado es a atorarme con el humo de un cigarro a los 14 , ridiculo verdad?

PD: me hubiera gustado q estavieran( tus palabras), en la madeja.

Nefelibata dijo...

No,no creo q sea ridìculo. Si de algo sirve, la sensación no me gustó nada. Me imagino que se debe a que soy una control freak y en esos momentos no tenía control ni de lo que pensaba y a que estaba en el lugar equivocado para seguir la corriente.

Juan dijo...

le escribí lo ultimo. ;)