sopa de letras

jueves, 27 de marzo de 2008


"Mis palabras flotan en la sopa fría que ves sin mirar y que revuelves con la cuchara con apatía porque ya no quieres más." (YO, mientras duermo y sueño, no con palabras, sino en palabras)

spring roll

miércoles, 19 de marzo de 2008

La idea inicial era ayudarlo a empacar para su viaje que era a las 3 de la mañana, idea que cambió luego de media hora de discutir sobre la mejor técnica para doblar un polo. Ya en Pardo, comenzamos el ritual semanal de la caminata. Primero, a alguno se le provocaba ir al casino cuando pasamos por el mismo casino de siempre. Luego de que su propuesta se vea no muy sutilmente rechazada, pasamos por la Embajada de Brasil para, otra vez, improvisar uno que otro paso de samba mientras caminamos. Luego, imitamos a algún extranjero que camina con mirada perdida y compramos basura comestible en el kiosko antes del óvalo. El ritual se cumplía a la perfección mientras comentábamos que encontrarse a alguien conocido también debía ser uno de los pasos a cumplir ya que era inevitable que pasara. Siempre pasaba. Ya cambiando de tema y esperando que la luz verde apareciera, pasó. Reconocí esa cara y esa forma de caminar de inmediato; es difícil no hacerlo cuando se ha caminado tanto junto a alguien. Era una de esas compañeras que siempre estuvieron ahí y que nunca tomaste en cuenta hasta que cierto día te cambiaron de sitio, te sentaron a su lado y nunca más volvieron a separarse, excepto que nosotros sí lo hicimos. Era ella. Tengo que reconocer que el par de años que no le había hablado hicieron que la extrañara, pero también hicieron que el reencuentro fuera lo más torpe, forzado y frío posible, para mi sorpresa, claro. Ella no me vio y por un momento pensé hacer lo que hago siempre: dejar las cosas pasar para evitarme situaciones simplemente porque puedo. Sin embargo, decidí no hacerlo porque no era cualquier persona. Era la que alguna vez fue mi mejor amiga (la única que de verdad consideré como tal y a la que nunca llamé así; no lo necesitábamos). Claro que entre duda y duda solo pasó medio segundo, así que la llamé por su nombre. Ella volteó, se acercó, me dio un besito en el aire, me contó rápidamente que no pensaba volver a Argentina, me dijo que se iba a Chilli's y se despidió. Así que ese fue el espectacular reencuentro de dos amigas que no se veían en dos años. Por supuesto que seguimos con el ritual semanal, pero debo reconocer que la escena del ridículo besito en aire y de la conversación relleno no salió de mi mente. Seguimos con el min pau y el rollito primavera (pedirlo como un spring roll huachafamente bien pronunciado era también parte del ritual) del puestito que está en la puerta del supermercado. Hacía hambre, así que los dos soles por el par de piezas estaban bien pagados. Lo único que faltaba: el pequeño niño caramelero de cara sucia pidiéndote el único min pau que te quedaba y por el que ya estabas salivando mientras te lo llevabas a la boca. Lo peor es que uno se puede negar a darle plata a un niño, pero comida?! no hay derecho. Está bien, está bien, pero agarra el enrollado no el min p-- (De pronto, como en cámara lenta el niño impulsivamente trató de tomar la pequeña esfera blanca, y en el intento, esta se deslizó del plato de plástico, voló por los aires y aterrizó al costado de un par de Adidas manchándolas con algunas gotas de salsa de soya). TE DIJO QUE EL MIN PAU NO!, pensamos los cuatro sin necesitar decirlo. El buen e inocente niño voluntariamente tomó el bocadito chino, desapareció por un segundo y volvió diciendo que ya lo había botado a la basura. De repente volvió a mi mente la voz de mi abuela diciéndome que tenía que comer mi comida y que no la desperdiciara porque los negritos de África se mueren de hambre (nunca entendí en qué demonios les afectaba el que yo no comiera a ellos). Un aire de compasión nos inundó y le compramos otro. Medio segundo después de siquiera ofrecérselo, el niño ya nos lo había arrancado de las manos y demandaba con chocante insistencia que le pasáramos todas las salsas del mostrador. Un poco consternados, sintiéndonos casi amenazados comenzamos a pasárselas cual sirvientes sin decir una sola palabra. No fue hasta que se fuera, sin decirnos gracias claro está, que nuestra facultad para vocalizar regresó y dijimos a unisono: qué conchudo! La chica que vendía boletos de lotería que había presenciado todo el pase nos contó que siempre hacía eso. Durante algunos minutos, comentamos el hecho cual serios adultos que discuten los problemas de la sociedad y nos depedimos amablemente de la vendedora, no sin antes ponernos a pensar por qué demonios no se dignó pasarnos la voz antes. Decidimos que era suficiente por la noche y caminamos de regreso con los bolsillos vacíos, las barrigas aún más y sintiéndonos estafados (ser estafados también debería ser parte del ritual, ahora que lo recuerdo cada vez que salimos, alguna víctima de asalto nos saca 5 soles para llamar a sus familiares). Era de regresar porque definitivamente, esa noche no era la nuestra. Algún optimista propuso caminar un poco más. Lo reconsideramos un poco, debo reconocerlo, pero solo hasta que llegamos a la esquina y vimos, tirada al costado de una toma de agua, una esfera de pan blanca un tanto familiar . Está bien, es suficiente por hoy.

por todas las cosas que no

lunes, 10 de marzo de 2008

Las dos entramos al salón con la típica falsa confianza que emanan las recién graduadas de secundaria el primer día de clases. Siempre, hasta el día de hoy, más de tres años después, nos hemos jactado de ser diferentes a las demás chicas de mentes y faldas ligeras, pero hay que reconocer que los primeros días, por más seudointelectual que seas, lo único que haces es chequear a cuanto hombre se te cruce. Claro está que nunca lo reconocimos, no. Éramos demasiado maduras, a la avanzada edad de 16 años, para estar con tonterías de adolescentes; por dios! estábamos en universidad, las prioridades ya eran otras. El speech de la madurez duró masomenos los 10 primeros minutos de la primera clase hasta que nos dimos cuenta que al otro extremo del salón había un chico al que, en realidad, le crecía barba y era más alto que yo. Aclaro esto porque cuando el resto de los hombres de tu promoción pesa 50 kilos, tiene raya al costado y montan skate, la presencia de alguien al que se puede llamar hombre es importante. No hablaba mucho, no nos miraba, llegaba tarde, no se peinaba y probablemente no se bañaba todos los días y eso me encantaba. Ahora, si me preguntan cuál es el tipo de chicos que me gustan, optaría por decir que no tengo un tipo en particular, pero si tuviera que elegir, él sería mi tipo: alto, pálido, cabellos negros y desordenados, ojos oscuros, cejas pobladas, espalda ancha, cintura angosta, manos toscas, bara ligera, mirada profunda y un tanto perdida. Es verdad que en una clase se conoce un poco de todos, pero también es verdad que la memorioa filtra todo aquello que considera importante. Un par de semanas después, casi sin darnos cuenta sabíamos que había estudiado en uno de esos colegios con orientación artística, que pintaba, que era algo mayor que nosotras, que antes estudiaba arquietectura y que fumaba. Claro está que nada pasó de ser un gusto de primer ciclo. Gusto que como en broma vino y se fue si avisar. Gusto que ahora se me vino a la mente, solo como un recuerdo, cuando me di cuenta que ahora es él el que me pretende. Él el que me abraza, el que nos encuentra parecidos, el que me invita a salir, el que bromea con la boda y los hijos que vamos a tener juntos. Pretención que no le es correspondida porque ahora que es un amigo más ha perdido todo el misterio con el que, en algún momento, me obsesioné. Descubrí que me gustaba no tanto por las cosas que era, sino por todas las cosas que no. Sin embargo, ahora que el misterio ha sido develado, él se ha convertido en demasiadas cosas. Ahora es accesible. Ahora lo puedo tener. Otra vez la maldita tendencia a idealizar a cuanto me rodea. Otra vez volver a la ya aburrida rutina de inventar excusas poco creíbles para escapar de citas. Es verdad, puede que tenga un problema. Puede que sea emocianalmente inestable, con miedo al compromiso, que sufra de soledad crónica o que pida demasiado. También puede ser que él no sea nada más que un chico con mente y falda ligeras. De cualquier manera, uno más a la lista, la lista de los que puedo tener y que, por eso, no quiero.

quitter

I´m not a quitter. But,
Abandoné mi primer trabajo después de tres días.
Dejé mis clases de chino al mes.
Dejé mis clases de balet a los 8.
Insistí por una guitarra y no tomé ninguna clase.
Dejé mis clases de batería.
He dejado más de cinco chompas a medio tejer.
Nunca aprendía a tocar la flauta traversa que adorna mi habitación.
Nunca me inscribí al segundo mes de las clases de grabado.
Dejé las clases de teatro antes de empezarlas.
Dejé de ver Lost después de la primera temporada.
Dejé de leer los libros de Harry Potter cuando llegué a la mitad del último.
Nunca terminé de leer 1984 aunque moría de curiosidad.
Descozo ropa que quiero modificar, pero nunca vuelven a tener forma.
No he comenzado este nuevo trabajo y ya estoy pensando en dejarlo.
No he terminado esta lista y ya la abandoné .
I'm not a quitter,
i just get bored easily .

dichosos los que comen sin haber visto

martes, 4 de marzo de 2008

Un insistente jalador nos convenció a sentarnos en su parte de la playa (si es que eso existe) y, luego de presentarse como "Mario", nombre que luego fue mutando a Marco, Mauro y cualquier otro que sonara parecido, ya nos estaba tomando la orden. Lo único que deseaba era una raspadilla. Hace mucho que no iba a la playa y me había propuesto a cumplir con todo el ritual que implica este tipo de paseos; sin embargo, mi antojo se esfumó cuando recordé cierto reportaje que vi en televisión sobre las raspadillas de hielo industrial. Es gracioso que 15 minutos de un programa de televisión con credibilidad no comprobada me derrumbara 20 años de tradición vereniega. Después de todo, si todos estos años estuve comiendo la popular raspadilla asesina y nunca me hizo nada, por qué debería dejarla ahora. El pensamiento de que el periodismo está sobrevalorado vino y se fue. He aquí otro excelente ejemplo de una situación a la que se puede aplicar mi improvisada pero elogiada frase: "Prefiero la ignorancia a la impotencia". La razón pudo más: hasta nunca raspadilla, te recordaré. Marco seguía esperando nuestro pedido, un poco impaciente ya. Era comprensible: no conocía al monstruo de cuatro cabezas que significabamos para los vendedores estando juntos. Un racionalizador, un indeciso, un indiferente y un snob compartiendo pedidos no es precisamente la mejor combinación. Primer pedido: una cerveza, rara elección para un grupo que se jacta de ser inmune a todo tipo de moda y clichés, incluídos los de verano. Demonios, a quién le importa, chela it is. Diez minutos después estábamos, chela en mano, luciendo nuestros no muy atractivos bronceados de primavera (entiéndase por esto a los populares brazos y piernas bicolor). A nadie parecía importarle. Ya había olvidado esa sensación de libertad que te da la playa: no importa cuán mal estés, nunca serás el peor de la playa (Dos viejos en tanga cruzan en segundo plano mientras yo, desenfocada, sigo hablando a la cámara). Hora de meterse al agua. Ninguno trajo sus tablas. según ellos por olvido, pero en el fondo era por una antigua joda, algo sobre el bodyboard, las niñas y los maricones que no recuerdo muy bien. Estuvimos casi media hora, hasta que nos dimos cuenta de lo ridiculos que lucíamos dando saltitos y escupiendo agua salada. Hacer el ridículo dió hambre (posible respuesta a la incognita del porqué algunos pólíticos son gordos). Mauro vino otra vez y, con la misma insistencia del principio, nos obligó a ordenar. Otra vez el racionalizador, el indeciso, el indiferente y el snob revisaron la carta y los ingredientes de cada plato por demasiado tiempo, demasiado para pedir ceviche y jalea con el sobreprecio característico de las playas que, hay que reconocerlo, hace que todo sepa mejor. Otro pensamiento: si el pescado viene del mar, no debiería ser más barato en la playa por no tener costo de transporte? No encontré respuesta; lo que sí encontré fue un pelo en el ceviche. Pensamiento: este es el castigo del dios de los maestros cevicheros por cuestionar mi fe, dichosos los que comen sin haber visto. Dispuestos a secarnos al sol cual perros mojados y llenos de arena nos echamos en las camas provistas por Marce. Escuchamos a lo lejos una guitarra y un cajón, sonido que fue acercándose y se detuvo cuando dos siluetas nos bloquearon el sol. Eran dos personajes de esos que solo encuentras en Lima, demasiado parecidos a esos dos seniles de Bob Esponja que solían ser héroes de televisión (ahora conciente de la naturaleza de mi referencia, lo siento). Luego de ignorarnos por completo cuando les dijimos que no fríamente, comenzaron con el repertorio. Nuestras miradas no se preocuparon en ocultar la incomodidad del momento y a la cuarta canción corrimos por las billeteras para soltarles algunas monedas para que nos dejaran en paz. Un gringo con insolación al que todos le habían logrado vender algo al doble del precio volteó hacia nosotros y se burló, señal que nos indicó que había sido suficiente playa por el día. Con los bolsillos llenos, pero de arena y nuestras cabezas llenas de pensamientos estúpidos y también de arena nos fuimos como vinimos. Propusieron repetirlo el viernes y no me opuse a pesar de extrañar el invierno, las clases, dormir abrigada, la playa nublada y los brazos bicolor.